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Maratón. | Parlamento Veracruz.

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Por Juan Javier Gómez Cazarín*

Cuenta la historia que el primero que corrió un maratón fue un mensajero que se murió de un infarto en cuanto terminó su carrera. Eso debería darnos una idea de que los maratones no son para todos.

Y, justo ayer, corrí el Maratón de la Ciudad de México. 42,195 metros de ruta. Una distancia equivalente a correr desde la escultura de La Araucaria, en Xalapa, hasta Rinconada, en Emiliano Zapata. Y eso que Xalapa está a 1,400 metros de altura y la Ciudad de México está a 2,240.

Se platica fácil, pero es una de las mayores hazañas del cuerpo humano. Y eso que yo no soy presumido.

¿Por qué corremos un maratón? ¿Los corredores, que normalmente somos miles, pensamos que llegaremos primero? ¿No se trata de eso en todas las carreras?

La neta es que no sé bien por qué corremos un maratón, pero me queda claro que la inmensa mayoría sabemos, de antemano, que no vamos a quedar en primer lugar. Y también tengo muy claro que eso no nos importa, ni nos desanima y, mucho menos, nos detiene.

No nos mueve ganarles a los demás. Por ejemplo, en números globales, yo fui el 18,269 de más de 30 mil participantes. De mi categoría, hombres de 50 a 54, fui el 1,265.

Y, sin embargo, la emoción de terminar el maratón en el lugar 18 mil y pico simplemente no se las puedo describir. Es única. Es una felicidad y satisfacción de decir ¡lo logré!

El maratón es una carrera que corremos contra nosotros mismos y contra las posibilidades de terminarlo o quedarnos a medio camino.

Por ejemplo, yo corrí contra el hombre que en enero del 2022 estaba cuchareando caldo de gallina y comiendo pápaloquelite, recién salido del hospital después del segundo Covid –el más grave- y con la incertidumbre de no saber si tendría una secuela.