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“Que la vergüenza cambie de bando”

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El caso de Gisèle Pélicot debe dar la vuelta al mundo, no para ponerla a ella en la mira, sino para poner en evidencia a quienes sabiendo su estado se valieron de ello para tener encuentros sexuales sin su consentimiento, es para que tanto los hombres identificados como su esposo paguen la condena necesaria, pero también para concientizarnos como sociedad de los efectos que muchas drogas tienen y entender que en realidad están al alcance de cualquiera.

Este caso nos exige socialmente repensar la educación que ofrecemos no solo en los hogares, sino también en las escuelas, analizar qué clase de comunicación estamos priorizando, donde se fomenta la violencia a las mujeres como parte del rating de un reality show. La historia de la familia Pélicot aunque tuvo lugar en Francia, es un ejemplo para el mundo, para tener mayor empatía con las víctimas, pero sobre todo para comenzar a hacer algo para evitar que existan más.

Dejar de exigir a quien sufre un abuso que detalle incluso lo que no conoce, porque en esta situación las víctimas vivieron años sin saber de lo sucedido y ahora han de revivir la historia por las propias narraciones de los acusados que fueron identificados por apodos o videos. Dado que los abusadores eran personas con profesiones u oficios sin mayor diagnóstico de agresión o problema psicológico, deberíamos considerar que cualquier persona podría ejecutar un atentado bajo ciertas circunstancias, he ahí la necesidad de humanizarnos más, de comprender desde nuestra naturaleza, ¿cómo podemos verdaderamente construir algo mejor?

De momento solo queda como reparación del daño que la vergüenza cambie de bando, que sean los hombres que cometieron el crimen quienes sientan la necesidad de esconderse, que paguen su condena responsabilizándose de sus acciones y reaprendamos a ver la sociedad bajo nuevas perspectivas.

La democracia no es un poder absoluto.