¿México en desaceleración económica?
Hablamos de que el dinero no alcanza, de que la despensa rinde menos cada semana, de que los recibos llegan con cifras cada vez más altas y de que los salarios siguen sin moverse. Y aunque muchas personas aún conservan su empleo, lo cierto es que tener trabajo ya no garantiza vivir con dignidad.
Nuestro país atraviesa una realidad incómoda que todos sentimos en carne propia: los sueldos están devaluados, el costo de la vida sube sin freno y las decisiones de gobierno no logran ofrecer soluciones reales. Mientras tanto, la clase política presume “avances económicos” que nunca llegan a nuestros bolsillos. En la vida cotidiana, lo que vemos es gente trabajando más horas… y viviendo peor.
Pero hay algo que duele todavía más: la resignación.
Cada día conocemos a personas valiosas, preparadas, con ganas de salir adelante, que simplemente han dejado de luchar. Jóvenes con estudios que hoy sobreviven con empleos mal pagados o que han dejado de buscar oportunidades porque el sistema no les da espacio. Y esa falta de oportunidades no solo vacía la cartera: también desgasta el ánimo y apaga la esperanza.
Sin embargo, rendirse no puede ser la salida.
Cada uno de nosotros lleva dentro una chispa única, una capacidad creativa capaz de transformar su realidad. Por difícil que parezca el panorama, es fundamental recuperar las ganas de luchar, de exigir condiciones más justas y de reclamar lo que nos corresponde: el derecho a una vida digna. Resistir también es una forma de luchar.
Mientras esperamos el cambio profundo que el país necesita, hay cosas que sí podemos empezar a hacer desde lo individual. Un buen primer paso es tener claro nuestro proyecto de vida: preguntarnos qué queremos lograr como personas y como familia. Cuando tenemos un objetivo definido, es más fácil organizar las prioridades, eliminar gastos innecesarios y aprovechar mejor los recursos que tenemos.
La educación financiera -esa que el Estado nunca enseña porque no le conviene que seamos ciudadanos críticos y autosuficientes- puede ser una gran aliada. Por ejemplo, expertos sugieren distribuir el ingreso de forma consciente: dedicar alrededor del 42% a una buena alimentación, 10% a vivienda, 3% a salud, 8% a recreación, 7% a servicios como luz y transporte, 5% a gastos laborales y un 12% a ahorro o imprevistos. Las cifras pueden variar, pero lo importante es el hábito de administrar con intención.
Claro, el dinero no lo es todo, pero sin él es difícil cubrir nuestras necesidades más básicas. Por eso, organizarlo con inteligencia, planear con tiempo y evitar decisiones impulsivas puede marcar una gran diferencia.
Aun así, hay algo que no debemos perder de vista: no podemos normalizar la precariedad. No debemos aceptar como “realidad” un sistema que nos obliga a sobrevivir mientras unos pocos acumulan privilegios. Mejorar nuestras finanzas personales es un paso necesario, pero transformar el modelo que nos oprime es una tarea colectiva y urgente.
Este texto no es una invitación a conformarse, sino a despertar. A organizarnos, a exigir políticas públicas que funcionen y, sobre todo, a no perder la fe en nuestra capacidad para cambiar las cosas. Porque cada esfuerzo, por pequeño que parezca, puede ser el comienzo de una transformación más grande.